Estamos de viaje, cada momento cuenta.

Tras la pausa del verano, llegan los nuevos comienzos. Desde la última vez que escribí, seguramente hemos tenido momentos de reflexiones, ajetreo, vacaciones y trabajo.

En estos días he conocido a muchas personas y, como siempre que viajo, me descubro observando en aeropuertos, paradas de autobús y en las vías del tren o del metro. Entonces recuerdo la metáfora que se me hace muy presente cuando salgo de mi zona de confort: para mí, la vida es un viaje de ida.

Como en cualquier travesía, hay días de sol y de lluvia, momentos a tiempo y retrasos, caminos despejados y obstáculos que nos ponen a prueba. 

A lo que más importancia doy es a mis compañeros de trayecto, que afortunadamente, en la mayoría de los casos se pueden tanto elegir como evadir. 

Algunos se darán un paseo y otros harán un viaje corto o largo, nadie lo sabe. Unos se despiden antes, otros después y un día nos toca a nosotros.
  
Lo que tenemos en común es que empezamos este viaje de la mano de nuestros seres queridos y amigos, pensando que siempre estarán. Hasta que comprendemos que cada uno viaja con su propio billete y, tarde o temprano, todos tenemos un destino diferente.

En ocasiones, el viaje no es como soñamos ni con los acompañantes que imaginamos. A veces la ruta cambia, surgen accidentes y largas escalas.

Aunque siempre hay una ventana, incluso, sin haber pagado ventanilla, está ahí.
Unos la buscan, otros la ignoran… y todos tenemos la opción de mirar y optar por el paisaje que queremos contemplar.

Hay quienes pasan tan desapercibidos que apenas alguien se da cuenta que estuvieron; otros, en cambio, nos hacen el viaje tan pesado que deseamos cambiar de rumbo.

Me sorprenden quienes viajan sin moverse: hacen la foto, la suben a la red y vuelven a la pantalla. O quienes se acomodan tanto que dejan pasar su parada.

Por suerte, están los que dejan huellaaunque se vayan antes que nosotros, nos marcan para siempre con una conversación, su ayuda inesperada o una sonrisa. Los que hacen que el trayecto tenga sentido y sin saberlo lo llenan de hermosos recuerdos.

No sé en qué estación me despediré ni cuándo lo harán mis compañeros de viaje.
Lo que sí tengo claro es que:
· El avión que no cogemos, lo perdemos.
· El vagón que elegimos, importa.
· El tiempo no vuelve pero enseña.

Por eso, mi brújula es vivir en el amor, la buena voluntad, el perdón y dar lo mejor de mí. Quiero que, cuando mi viaje acabe, permanezca la estela de que la vida merece la pena. 

Que nuestros gestos inspiren a otros a vivir cada instante.



 


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