Feliz Día de Reyes. El Juego de la Mente y la Magia de Vivir.
Un día para hablar de la ilusión, del latín illudo, que significa "divertirse", también "burlarse" o "engañar". Este verbo se compone del prefijo in- y ludo, "yo juego". Desde su origen, la ilusión ha oscilado entre significados positivos y negativos; de hecho, en inglés, illusion suele asociarse con el engaño, un sentido más sombrío.
Hay que distinguir entre ilusión y engaño. Mientras que la ilusión es una percepción errónea que no se corresponde con la realidad, el engaño conlleva una intención: manipular o hacer creer algo falso a otro.
La ilusión ha sido tema de reflexión en muchas disciplinas, como la psicología, el arte y la filosofía. Corrientes filosóficas como el idealismo ven en la ilusión algo que forma parte integral de nuestra experiencia del mundo, mientras que el realismo la considera un error de percepción. Por otro lado, el escepticismo sugiere que la ilusión no es un simple fallo, sino que es una parte intrínseca de nuestra incapacidad para conocer la realidad tal cual es.
Filósofos como Kant, Schopenhauer y Nietzsche han abordado este tema desde diferentes perspectivas. Kant introdujo el concepto de ilusión trascendental, diferenciándola de la lógica. Schopenhauer, influido por el pensamiento hindú, equiparó la ilusión con maya, la fuerza creativa (Brahma) que da forma al mundo como un espejismo mágico. Nietzsche, en cambio, reinterpretó esta idea a través de su dualidad estética de lo apolíneo y lo dionisíaco, mostrándonos que una ilusión es un contenido cognitivo que, aunque falso, se presenta como verdadero, incluso cuando reconocemos su falsedad.
Más allá de las definiciones filosóficas, ¿qué es la ilusión en nuestra vida cotidiana? Para mí, ilusión es lo que sentí ayer por la tarde cuando desfilé en la Cabalgata de Reyes. Ese momento mágico me llenó de emoción, todavía lo pienso y me conmuevo. Les hablo de la ilusión que da ganas de vivir.
Formar parte de la magia, acompañando a Sus Majestades de Oriente, fue mi regalo de Reyes. Los nervios y las emociones se entrelazaron en una coreografía perfecta, especialmente para los niños, los verdaderos protagonistas de esta noche mágica. Sin embargo, también viví un contraste que me hizo reflexionar: entre el brillo de la ilusión, vi a muchos padres con semblantes serios, ancianos sin sonrisas y adultos distraídos, más preocupados por el tiempo que faltaba para que terminase el evento que por el momento.
Mi tarea, entonces, ya no fue dirigida a los más pequeños sino a todos, tenía que despertar sonrisas. Y poco a poco lo logré: hombros encorvados se enderezaron, miradas apagadas recuperaron su luz, y mi propio espíritu se fortaleció al ver cómo la ilusión se contagiaba.
La ilusión no es solo una percepción errónea o un juego de la mente; también puede ser una chispa que enciende nuestra esperanza, una fuerza que da sentido a nuestras vidas. Así como los niños creen en la magia de los Reyes Magos, nosotros, los adultos, necesitamos creer en algo que nos haga vibrar.
Como dice la canción “no me llames iluso porque tenga una ilusión” La Cabra Mecánica.
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