Instantes que iluminan el frío.
Empieza el invierno y, aunque prefiero el verano y los días largos cuya luz parece expandir el mundo, encuentro razones para disfrutar. Hoy es el día más corto del año: el solsticio de invierno, momento en que el sol alcanza su punto más bajo en el horizonte y la noche es más larga. A partir de mañana, los días comenzarán, poco a poco, a alargarse, como un suspiro de luz que susurra la llegada de la primavera.
A veces me pregunto por qué seguimos cambiando la hora, cuando ya sabemos que la falta de luz solar influye en nuestro estado de ánimo. La luz regula nuestro reloj biológico, y los días cortos pueden dejarnos más cansados, somnolientos, con menos energía y motivación. La serotonina, neurotransmisor de la felicidad, disminuye, y puede surgir la tristeza, la irritabilidad o la apatía, especialmente en quienes sentimos con intensidad.
Aun así, en medio de esta estación fría y oscura, encuentro motivos para gozar de cada día, incluso cuando llueve, algo poco común en mi tierra. Esa falta de familiaridad hace que muchos reaccionen con lamento, quedándose en casa y deteniendo su rutina.
Desde que conozco a Yamil, uno de mis pocos amigos apasionados por la lectura, he aprendido a sentir la calma de los días grises. Encuentro placer en los detalles que parecen pasar desapercibidos, como el crujir de las hojas bajo mis pies mientras el otoño las va dejando a su paso.
He sentido la inmensidad al contemplar el vaivén de una hoja al caer; en esos instantes, algo profundo me atraviesa, como si Dios se hiciera presente en la sencillez de la naturaleza, un instante efímero de paz que trasciende las palabras.
Lo mismo ocurre cuando paso unos días en el monte con mi perro. Dormir a la intemperie, sin cobertura, sin móvil, sin nada que interrumpa el momento, despierta una conexión mágica. Escuchar el murmullo del bosque y sentir el aire sobre mi piel es como contemplar la hoja caer: un recordatorio de que estoy viva y que la naturaleza, en su totalidad, sostiene y revitaliza mi alma.
Mientras paseo bajo la lluvia con mi fiel compañero canino, siento cómo cada gota no solo limpia la tierra, sino también mi espíritu, purificando pensamientos, reavivando energías y recordándome que también en invierno hay belleza y vida. El agua cae y arrastra consigo el peso invisible que llevo, dejándome ligera, despierta y en armonía con el mundo que me rodea.
Hasta en la nieve brotan nuevas flores y en los días más fríos germina la esperanza.
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