Un año que ha cambiado mi mirada.

Feliz Navidad a quienes la celebran, y Feliz Día igualmente a quienes no. Al cerrar este 2025 y reflexionar sobre lo vivido, quiero hablarles de alguien que ha cambiado mi año y posiblemente mi vida.

Tal vez el universo ya había planeado, cuando conocí a mi amigo Poluto, que 25 años después aparecería  Antoñico—un ser de luz al que he llegado dando muchos saltos—quien me colocaría en un lugar donde pudiera encontrar el orden dentro de mí. 

Me decía que era muy mental y que todo estaba perfectamente diseñado. Yo, que pensaba que vivía en mi mundo sensible y “espiritual”, no daba crédito a lo que escuchaba. Además, asocié “mental” con “material”, y mi ego me preguntaba: "¿Si das clases de yoga, cómo vas a ser mental?" Y luego añadía: "Tampoco es que te conozca lo suficiente para decir que eres mental".

Claro que no era consciente de que, desde la claridad de Antonio, mi desequilibrio no pasaba desapercibido, aunque por fuera pareciera que estaba bien.

Sin saber aún que acabaría siendo mi “gurú”, antes de irme unos días al monte con mi perro, mirándole a sus ojos azules le dije:                                                         

— Confío en ti.  

Y me respondió:    

— Y yo también en ti.

Recuerdo ese momento con nitidez: yo no confiaba en mí ni prácticamente en nadie y él sí lo hizo. Decirle que me ponía en sus manos me dio miedo y alivio a la vez.

Un día, en un tono que nunca le había escuchado y que interpreté como enfado —ya que es como una balsa de aceite, desprende armonía y equilibrio— me dijo que yo estaba fatal.

Me sentía conectada y con un mensaje para el mundo, así que no entendía dónde veía que estaba peor que mal, literalmente fatal.

Después comprendí que no me habló desde el enfado, sino desde el amor. Que no me señaló un fallo sino que me abrió con acierto la puerta a un proceso de sanación.

El fin de semana del 14 de marzo, lluvioso y de luna llena, entendí su frase: “está perfectamente diseñado”. También que no es bueno ni malo: simplemente es. 

Sentí algo que no sé explicar con palabras: la presencia viva, real, que nos atraviesa y nos sostiene. Una vivencia que solo me siento cómoda hablándola con él y me ha llevado a un pensamiento que sí quiero compartir con todos: lo que somos resuena más allá de nosotros, formando parte de un entramado que nos trasciende.

Desde entonces siento que somos un microcosmos. Como si fuéramos una tela de araña en la que cada hilo está conectado con los demás: cuando uno vibra alto, eleva a la red; del mismo modo, cuando vibra bajo, arrastra a los demás. 

Quizá la vida consista en aprender a amarnos y cuidarnos, para poder amar y cuidar a los demás. En recordar que no estamos separados, sino que emanamos de la misma fuente. Que cada gesto, emoción y decisión suman o restan en la armonía del universo que habitamos.

Somos hilos de un mismo tejido.

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