El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta.

Me encantan los cuerpos y conocer el que habito. A veces, cuando lo digo, noto que quienes me escuchan pueden interpretar mi comentario desde una perspectiva superficial, incluso con connotaciones lascivas, pero mi fascinación va mucho más allá.

Posiblemente mi pasión por los cuerpos provenga de la trayectoria como bailarina profesional y de un trabajo que me permite observar cada día cuerpos diferentes y aprender de ellos. En mis clases se ven cosas alucinantes, como la relación entre la forma de moverse y los pensamientos: cuando nos movemos reflejamos emociones que llevamos dentro. El cuerpo es el marcador somático. Tengo una hipótesis acerca de que los movimientos rígidos suelen acompañar a pensamientos rígidos y los movimientos fluidos a pensamientos más flexibles, posturas “abierta/expansiva” frente a posturas “cerrada/contracta”.

Cada pensamiento repetido deja su huella en nuestro cuerpo. La mente y el cuerpo están conectados de manera que lo que sentimos y pensamos se encarna: en la piel, los músculos, la digestión, el ritmo cardíaco y en toda nuestra presencia. El cuerpo es un espejo de lo que sucede en nuestro interior.

La neurociencia ha descubierto que, cuando el cerebro no se comunica con el corazón, no percibe con claridad lo que está pasando fuera. Del mismo modo, sin la interacción con el intestino se desregulan aspectos esenciales de nuestras habilidades sociales y del comportamiento.

Cada célula vibra al compás de nuestros pensamientos, y cada átomo responde a la frecuencia emocional que sostenemos. Desde pequeños nos enseñan a cumplir roles y a vivir de cierta manera, un camino impuesto que ignora la conexión interna que cada uno puede cultivar.

Existen cuerpos que comprenden que la mente es alquimia y que la energía fluye según la intención y la atención que le damos. Tradiciones ancestrales lo sabían, y la ciencia moderna empieza a confirmarlo. Todo comienza con un lenguaje que no siempre se ve, pero se siente: cuando prevalece el miedo, el juicio o la carencia, el cuerpo lo recibe como una orden; si anteponemos la gratitud, la armonía y la presencia, el cuerpo se relaja, las hormonas recuperan su equilibrio y los tejidos se regeneran.

Les invito a fortalecer la consciencia corporal y a observar qué se está gestando en su interior antes incluso de que la emoción se exprese. A practicar el reconocimiento de las emociones en el cuerpo, a identificar la postura que adoptamos y a aprender a relacionarnos de manera más íntima y respetuosa con él, tratándolo como nuestro templo. 

Como es adentro, es afuera.

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