Mi querido abuelo.

Hay fechas que no se olvidan, aunque el calendario cambie y los años pasen. Como mencioné en la entrada La Cara de la Luna, el 11 es un número maestro. Además, para mí, tiene un significado especial: me recuerda a mi abuelo. Él nació, un día como hoy de 1925 — 11 de agosto —, lo ingresaron en el hospital el 11 de enero y su alma se despidió de esta vida un 11 de febrero.

Mi abuelo era pan bendito. No tuve la fortuna de disfrutarlo en plenas facultades, pues sufrió Alzheimer a edad temprana; aunque los recuerdos que atesoro de él son los de una bella persona por dentro y por fuera, llena de luz. Pienso que era un alma libre, encerrada, y que tenía un rasgo que definía su carácter: era incapaz de decir que no.

Esa tendencia, como herencia invisible, pasó a sus hijas —ya saben, de tal palo, tal astilla— y, en especial, a mi madre, una mujer que vive por y para los demás. Desde una perspectiva angelical, es admirable; desde la real, es insostenible agradar a todos.

Dijo Jesús: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. No dijo “más que a ti mismo”.

Cuando renunciamos constantemente a nuestros deseos para cumplir los ajenos, nos vamos debilitando por dentro. Este agotamiento afecta principalmente a dos tipos de personas: a las que son naturalmente generosas y serviciales (sienten que su valor reside en ayudar) y a las personas muy ocupadas, que por su ritmo profesional o personal caen en la trampa de aceptarlo todo para ser más eficaces o evitar conflictos.

Si le decimos que sí a todo y a todos, inevitablemente nos estamos diciendo que no a nosotros mismos. Nuestro tiempo y energía son finitos. 

Me gusta dar y compartir, esta forma de ser que tengo, sumada a esa tendencia que parece heredada, me genera una profunda culpa al poner límites. Evitaba la palabra "no" por miedo a que el otro se enfadara, a que el vínculo se resintiera o, peor aún, se rompiera.

He aprendido que si una relación se quiebra porque yo me cuido y me pongo en mi lugar, entonces esa relación no era tan sólida como parecía. Y aunque duela, pues a otra cosa, mariposa.

El legado de mi abuelo es doble: su luz y bondad infinita, junto a la lección de saber ponerse primero, sin culpa ni egoísmo.

El límite no limita, el límite libera.


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