Junio.

    Es el mes que más me gusta del año. Originalmente el cuarto mes del calendario romano, en él se produce el solsticio de verano en el hemisferio norte. Me encanta los días largos, y en España, el día más largo y la noche más corta del año coinciden precisamente con el solsticio de verano. Este evento astronómico ocurre alrededor del 21 de junio, aunque este año será el 20 de junio. Durante este día, la cantidad de horas de luz solar es la mayor del año, marcando el inicio del verano en el hemisferio norte.

    Es un mes lleno de días para celebrar: Santa Noemí, San Ismael, San Antonio, San Luis, San Pedro y San Pablo, entre otros. También se conmemora el día de la Región de Murcia, el santo de mi padre, el cumpleaños de mi abuela y el mío. ¡Es un mes total! Ideal para compartir con ustedes recuerdos familiares.

    De la familia de mi padre he aprendido a celebrar y luchar. Mi abuela María nació en 1926. Tras la Guerra Civil, España estaba sumergida en la miseria, y la falta de recursos llevó al régimen franquista a fijar un sistema de control de abastecimiento. Mi abuela, la mayor de sus hermanos, solía ir a la Innovadora con la cartilla de racionamiento. Durante esas caminatas pasaba por la puerta de la casa del que fue mi abuelo, quién le hacía la espera para cortejarla.

    El cortejo fue efectivo, en 1950 se fueron a Madrid a pedirle permiso a Franco para hacer un horno de leña, con una mano delante y otra detrás montaron un puesto en el Mercado de la Cebada, además mi abuelo repartía telegramas. Estando en Madrid nació mi padre. Un primo de mi abuelo, le comentó que se iba a Venezuela y mi abuelo le dijo que se irían con él. En la primera ocasión le denegaron el viaje porque no tenía oficio. Entre tanto, apareció una señora y le pidió si le podía llevar un paquete a Venezuela y por supuesto que le hizo el favor.

    Desafortunadamente, no conocí a mi abuelo aunque como siempre he escuchado que él decía “el no ya lo tenemos” este es el recuerdo más inmediato que tengo suyo. Así que volvió a intentarlo, esta vez dijo que su oficio era el de agricultor. Su primo no pudo ir y se embarcó hacia Venezuela con mi abuela, un bebé de 18 meses (mi padre) y el paquete.

    La bondad de mi abuelo al comprometerse entregar el paquete a su dueño, llevó sus pasos a la pensión de la Señora Félix, la destinataria. Lo importante no es lo que se promete, sino lo que se cumple. Ella agradecida les ayudó a empezar la aventura. Mi abuelo tuvo diferentes trabajos, repartía sopa en muchos lugares, incluso en la cárcel; tuvieron un puesto en la Pastora donde vendían harina, arroz, legumbre y huevos de sus gallinas; después montó otro negocio en el que mi abuela cosía y pasaron de sobrevivir honradamente a vivir dignamente. El primer dinero que ganó, su primer sueldo, se lo envío a su primo para que pudiera ir a Venezuela, al fin de al cabo fue quien le dio la idea y se quedo en tierra. 

    Mi abuelo hacía lo que otros querían hacer y no se atrevían. Era un gran aficionado al futbol y apostó por el fútbol femenino. En esas historias que les comentaba en la anterior entrada que me gustaba escuchar, mi abuela contaba que mi abuelo recogía a las chicas y las llevaba a los partidos en su camioneta, removió Roma con Santiago para crear una liga femenina y uno de los primeros equipo de futbol femenino que se llamó Real Murcia. Por eso, el estadio del polideportivo de Bejuma lleva su nombre, Ángel Murcia, una persona muy querida que incluso tiene una calle en su honor.

    Todo iba sobre ruedas hasta que en diciembre del 74 mi abuelo murió y es que la mera sensación de vivir es alegría suficiente. Volvieron a España a empezar de cero con mi padre, que tenía 22 años, como nuevo cabeza de familia, sin conocer prácticamente el país. Mi tía, nacida en Caracas, cuenta que cuando llegó a España no conocía a penas a su familia, ni sabía partirse la comida del plato, era su padre, a quien estaba muy unida, quien le separaba las espinas del pescado y los huesos de la carne; al igual, que mi padre (su hermano) me prepara a mí la fruta.

    De ellos aprendo a soltar, a dejar ir, a volver a empezar, a no mirar hacia atrás sino hacia delante, y a no cuestionar lo que es justo o deja de serlo, “las cosas vienen como vienen”. En el juego de sus vidas, no siempre han tenido buenas cartas pero saben que la cuestión es jugar bien las manos malas y celebrar todas las partidas.

    Cuando me siento herida, recuerdo que vengo de una familia de luchadores, que hay cicatrices que sanan y otras que nunca dejan de doler, pero el simple hecho de poder estar aquí y ahora, sin saber cierto que mañana volvamos a ver la luz del sol, es motivo suficiente para celebrar.

Cuando junio llega, afile la hoz y limpie la era.


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